sábado, 3 de julio de 2010

La astucia de Don Juan Tenorio

 

Hoy voy a escribir sobre poesía de amor, pero de la clásica, de aquí de mi tierra, del afamado Don Juan Tenorio, en la ciudad de Sevilla, que ha hecho una apuesta con Luis Mejías, para ver quien es capaz y usando cualquier artimaña, hacer la peor fechoría, y ha Don Juan Tenorio le toca conquistar el amor de una novicia en víspera de su matrimonio, ardua hazaña la de este caballero, donde ingeniaron grandes versos muy celebres expresando su gran amor a Doña Inés, pero tanto empeño puso Don Tenorio en manifestar su amor a Doña Inés que empezó a respirar amor por todos los poros de su piel hasta el punto de enamorarse de Doña Inés.

 

 

¡Cálmate, pues, vida mía!
Reposa aquí, y un momento
olvida de tu convento
la triste cárcel sombría.

¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?

Esta aura que vaga llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando al día,
¿no es cierto, paloma mía,
que están respirando amor?

Esa armonía que el viento
recoge entre esos millares
de floridos olivares,
que agita con manso aliento;
ese dulcísimo acento
con que trina el ruiseñor
de sus copas morador
llamando al cercano día,
¿no es verdad, gacela mía,
que están respirando amor?

Y estas palabras que están
filtrando insensiblemente
tu corazón ya pendiente
de los labios de don Juan,
y cuyas ideas van
inflamando en su interior
un fuego germinador
no encendido todavía,
¿no es verdad, estrella mía,
que están respirando amor?

Y esas dos líquidas perlas
que se desprenden tranquilas
de tus radiantes pupilas
convidándome a beberlas,
evaporarse, a no verlas,
de sí mismas al calor;
y ese encendido color
que en tu semblante no había,
¿no es verdad, hermosa mía,
que están respirando amor?

¡Oh! Sí, bellísima Inés
espejo y luz de mis ojos;
escucharme sin enojos,
como lo haces, amor es:
mira aquí a tus plantas, pues,
todo el altivo rigor
de este corazón traidor
que rendirse no creía,
adorando, vida mía,
la esclavitud de tu amor.

 

El burlador del amor quedo atrapado en las propias redes del amor

 

 

 

 

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